El arrecife de Matallana, en su primera fase, estaba asentado en un fondo tranquilo, sin apenas corrientes y muy por debajo del oleaje. Esto favoreció la presencia de delicados corales ramificados, que no habrían sido capaces de sobrevivir si las condiciones hubieran sido más agitadas. Todo el barro que caía en el fondo se acumulaba, ya que el agua no podía transportarlo. Su abundancia en el fondo condicionó la lista de organismos que podían crecer en él: tanto los corales como las esponjas, necesitan un sustrato duro para vivir, algo que apenas existía en este ambiente. Por eso, era habitual que estos grupos se fijasen a los esqueletos de otros organismos muertos, dando lugar a unas asociaciones muy peculiares que se han conservado en los fósiles que han llegado a nuestros días. Los corales y las esponjas capaces de adaptar su morfología a cualquier tipo de sustrato y de hacer frente a la caída de barro sobre sus colonias, tenían más probabilidades de prosperar que los que no podían hacerlo.