Los trabajadores del calero partían con mazas los bloques de caliza extraídos de las hoces y, cuando los fragmentos tenían el tamaño adecuado, los transportaban con carretillas hacia la parte superior del calero. Allí eran vertidos a través de una abertura circular, ahora protegida con una rejilla. Disponían hasta 6 u 8 capas distintas, alternado fragmentos de caliza y capas de carbón. Cuando todo estaba listo, se encendía el calero, y así permanecía toda la noche, cociéndose la piedra a temperaturas muy elevadas y de forma muy lenta, ya que apenas se permitía la entrada de oxígeno. Este proceso se denomina “calcinación”.