Los sedimentos rojizos que conforman las planicies situadas a los pies de la cordillera Cantábrica y de los montes de León suelen tener un contenido en oro relativamente elevado. Los romanos lo sabían y se afanaron en localizar los sedimentos más productivos, para instalar en ellos sus explotaciones.
Pero cada yacimiento posee unas características distintas: la pendiente, la complejidad del relieve, la proximidad de cursos de agua, la cohesión de los sedimentos y otros muchos factores, condicionan el modo de acceder a las minúsculas partículas de oro. Por ello, los ingenieros romanos tuvieron que idear métodos de explotación específicos para cada yacimiento.